Es importante aprender a tener una imagen mental, neutral de nuestro cuerpo, de sus posibilidades reales y no sujetas a formas hechas por otros bailaores o maestros, porque estas son imágenes con cargas de valor: lindo, feo, me gusta, no me gusta, flamenco o no flamenco, con un juicio subjetivo al que nos ceñimos pretendiendo imitar.
La imitación es la base del aprendizaje propia del niño, que el adulto sigue reproduciendo como parte de ese patrón infantil. Pero el adulto maduro o consciente tiene otros recursos más amplios y ricos, como estar en el presente dando rienda suelta a su auto-expresión, sin una imagen cargada de subjetividad de aquel bailaor que le gusta o maestra que prefiere o la idea que tiene de lo que es bailar flamenco. Siguiendo este camino, lo único que le queda a este adulto con recursos infantiles es parecerse mucho a lo que imita, algo que lo haría exitoso; o no lograrlo jamás, lo que lo llevará a la frustración asegurada. Si os fijáis eso es lo que quiere el niño pequeño, parecerse a mamá o papá.
En el trabajo de TCC (técnica corporal consciente) utilizamos el Vitruvio Flamenco. Sí, el Vitruvio de Da Vinci nos ofrece una imagen neutra para el cuerpo, de dimensiones y sabiduría perfecta para descubrir su potencial ilimitado y así devolver al cuerpo a un estado natural y puro. Por ejemplo, aprender a hacer un marcaje desde la neutralidad donde solo interese crear un movimiento correcto en cuanto a la dinámica corporal, utilizando nuestro cuerpo en coherencia con esta neutralidad es cuando el arte que surge luego de la profundidad de la propia expresión de forma única y personal.
En la clase del Vitruvio flamenco, podrás aprender a aplicar en tu cuerpo imágenes visuales neutrales que quedarán alojadas en tu memoria y registro corporal, creando un rango de sensaciones nuevas con la finalidad de recurrir a ellas cada vez que necesites hacer tal o cual movimiento. Aprenderás cómo crear plantillas de movimientos, en base a la técnica corporal consciente en las que luego te recrearás, es como si fueran el esqueleto de nuestra expresión.
Al comenzar a trabajar educando al cuerpo de esta manera, obtenemos un espacio interno limpio donde pueda surgir la propia creatividad y esto genera una emoción expansiva que nos da la paz de sentirnos dentro de un cuerpo creador.
Cuando intentamos reproducir mentalmente y esforzar nuestro cuerpo a que haga lo que hace el otro, también genera una emoción pero de frustración e impotencia porque imitamos el movimiento del otro -esto va más allá de si lo hacemos con éxito o no- porque en lo profundo sabemos que ya no somos esos niños y como adultos sentimos que nuestro baile no expresa todo lo que sentimos.
La India